Lo bueno de no volver a los mismos bares es que encuentras paraísos que desconocías. Papa Lema nos ha llevado a un tugurio muy bien puesto. Poca gente y con cerveza cara. Sonaba la música de un tal Pepé. Que ya murió. Y esa fue mi despedida de Kinshasa. Después volví al bar del aeropuerto, al de siempre, al bar local. Esta vez no había nadie y me senté a escribir. Los asientos eran los mismos que hace unos meses pero se hacia evidente que muchísimas posaderas habían desgastado su cuero de dudosa calidad. Hace unos meses me sentía cómodo sobre sus cojines, hoy noto los hierros y no encuentro una posición agradable. En esta tierra nadie cuida las cosas. Estoy solo. El bar está al final de un cajellón y no parece si quiera que esté abierto. Me siento, Primus, y a escribir. Acabo de dejar a mi compañera, a la que le espera un gran viaje de vuelta entre atascos, suciedad, olores... Y vuelta a la pediatría. Por lo menos la cerveza esta "malili makasi" (muy fría).
Haciendo la cola de facturación puedes ver quien tiene caché y quien no. Delante mío una señora, blanca, que no habla francés y que no se entera de mucho. Parece monja. Delante de ella una pareja de las Naciones Unidas. Lo ves en sus pasaportes azul clarito, pero también en su vestimenta de coronel tapioca. Pantalón multibolsillos, camisa y barriga.
Después viene el control de Ebola, nuevo para mi. Menos mal que no tengo fiebre, el disparo a distancia marca 36,6 grados. Rellenas un papel para fichar tus movimientos. Hace frío. Estos congoleños tienen la manía de poner el aire acondicionado a máxima potencia. El servicio que se ocupa de mantener limpios los lavabos me agradece los 500 francos que les doy cuando salgo de hacer uso de ellos. Aguas menores. Valentin, el jefecillo del baño, afirma sonriente que es del Barcelona, así que bromeamos sobre que no podremos ser amigos. En realidad yo no entiendo de fútbol, pero aquí en África es una buena manera de comenzar una relación social. El fútbol. Lo encuentras por toda partes. Y es que lo fácil del fútbol es que no hace falta ni un balón. Unos trapos adiestradamente atados puede hacer las veces de objeto rodante. El resto es correr descalzo e intentar alcanzar las piedras que hacen la portería del equipo rival. Es universal el dividir los equipos de muchachos con camiseta contra muchachos que no la llevan.
No quiero, pero debo partir. Los proyectos están arrancados y funcionando. Mi compañera se queda para asegurarse una semana más que siguen viento en popa y eso me deja muy tranquilo. Quizás, gracias al lavado de manos, consigamos cambiar la mentalidad de la población con respecto a la higiene. Y con ello, reduciremos la elevada tasa de mortalidad. Cada cual tiene asignada, y esperemos que interiorizada su responsabilidad y su misión dentro de nuestros proyectos. Estoy feliz. Todavía queda más de hora y media para embarcar.
Subrealista. Acaba de entrar un joven, estridente, extravagante, con pendientes y tatuajes al que acompañan 4 policías y 3 con walkie-talkie que parecen guardaespaldas. Uno de ellos me mira pidiéndome permiso para que la estrella se siente a mi lado. Creo que se trata del Justin Bebear del Congo, y por supuesto le digo que si. Cuando se sienta no me mira, sigue hablando con su séquito, por lo visto va rumbo Suiza. La gente se empieza a amontonar alrededor de mi mesa, así que decido sacar una bolsa de plátano salado que las amigas del opus de me habían preparado. Se la ofrezco y rápidamente acepta y se pone a comer. Aunque todavía no soy de su nivel, y no me mira, poco a poco rompo el hielo y nos vamos haciendo amigos. Aparece gente de todos lados para hacerse una foto con él. Alguno de ellos insiste en hacérsela conmigo también. Al fin y al cabo estamos compartiendo mesa y cerveza. Por supuesto tengo que invitarle a tabaco. Miro de reojo hacia los lavabos y veo como Valentin me levanta el pulgar en señal de victoria, no para de sonreír y de mirarnos. Por fin, hablamos un poco, y me cuenta que el también fue un niño de la calle, y que hoy es mundialmente conocido. Que no quiere vivir fuera del Congo, que quiere trabajar por su pueblo y sus niños. De hecho dice que tiene una asociación. Así pues, le invito a nuestra pediatría, a la de Maman Nkoko, la de los niños. Nos intercambiamos teléfonos y dice que llevará ropita a nuestros niños. Ojalá. No vuelvo a ver a la estrella. Mientras, en París llueve y hace frío. 06:30am