Lo bueno de la espiritualidad africana
es que no tienen pudor en cantar. Los domingos la misa es una fiesta.
Viene gente de fuera, y participa toda la pediatría. Desde Casa
Patrick hasta los mayores, que son los que forman un pequeño coro y
animan al resto a elevar cánticos. Me gusta y me llama la atención
la forma de celebrar. Cantan, pero también bailan y siguen la música
al ritmo desde que son bien pequeños. Por no hablar de los niños
de 5 años que tocan el tan-tan, así de simple, como si fuera innato. Llevan el ritmo
en el interior. El trabajo de los monaguillos aquí no se reduce a
acompañar y ayudar, si no que además deben bailar acompasadamente.
Es una delicia ver 7 pequeños danzando alrededor del altar
acompañando al Padre que preside la ceremonia. Mientras, puedes ver
a una madre dando de mamar a su pequeño. O a un padre que reza
profundamente, absorto... quizás pida por su hijo.
La música de los entierros pone la
piel de gallina... cantan para que el hermano que se ha marchado sea
bienvenido en el cielo. Escuchar las voces roncas y bajas de los
hombres, acompañando las agudas de las mujeres, aunque sean
aficionados, es una auténtica experiencia para los sentidos. Y es que
la vida sin música en Congo no es posible. Allá donde hay gente
trabajando encontraremos un pequeño transistor con un cable por antena
que sintoniza ritmos verdaderamente asombrosos. Las niñas y mujeres
portan el agua en la cabeza, y algunas veces, puedes oír el sonido
de la música que les acompaña gracias a los móviles que llevan.
Música. Hoy me decía un alemán, que qué van a hacer sin luz...
cantar para pasar el tiempo.
Otras muchas cosas hacen. Charlan,
reciclan y arreglan todo lo que otros tiran (quizás debiéramos o
estamos aprendiendo a la fuerza el arte de reparar lo que ya no
sirve), inventan cosas como juguetes... Un vida rica, en la que la
escasez de recursos, pone a prueba el ingenio.
Mientras, Hugo nos sigue contando
historias apasionantes, curiosas, y las más de las veces, increíbles
de Congo y Camerún. Como es domingo no hay mucho movimiento en el
hospital, sólo aquellos que ya habían comenzado el tratamiento
antipalúdico y deben continuarlo, o aquellos que llegan un poco más
graves. Tranquilidad que te permite charlar con los pacientes
ingresados en el pabellón de la tuberculosis y VIH. No sé si hablé
de ellos, pero son de los pocos adultos, junto con la cardiología,
que encontramos en la pediatría. El trabajo, la donaciones y el
dinero que llega de Italia permiten que estos pacientes reciban los
tratamientos antirretroviales. Y que las tuberculosis agudas sean
tratadas. Gente que tiene poco para pagar la sanidad, y a los que
además de tratamiento de cuando en vez les damos compañía,
provocamos una risas y con todo ello les damos algo tan sencillo como
cariño, y a veces unas pastillas de jabón para que se aseen. Muchas
veces, muchas, en Kimbondo lo único que tienes que hacer es dar tu
cariño. Hacen falta médicos y enfermeros, pero también gente con
besos que repartir para todos aquellos que están viviendo la infancia
en un orfanato y hospital. Igual que hacen los payasos en los
hospitales de nuestro país. Repartir sonrisas y besos. No tienes que
hacer otra cosa que dar cariño y amor a grandes y pequeños. Incluso
a esos que te parecen que son grandes (12-14 años), pero que cuando
los miras y les abres tu corazón te das cuenta de que no son más
que niños que demandan tan solo un abrazo. Un poco de caso. Cariño
y amor. Es, sin duda, el trabajo más bonito del mundo.
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