domingo, 14 de julio de 2013

Bonito trabajo

Lo bueno de la espiritualidad africana es que no tienen pudor en cantar. Los domingos la misa es una fiesta. Viene gente de fuera, y participa toda la pediatría. Desde Casa Patrick hasta los mayores, que son los que forman un pequeño coro y animan al resto a elevar cánticos. Me gusta y me llama la atención la forma de celebrar. Cantan, pero también bailan y siguen la música al ritmo desde que son bien pequeños. Por no hablar de los niños de 5 años que tocan el tan-tan, así de simple, como si fuera innato. Llevan el ritmo en el interior. El trabajo de los monaguillos aquí no se reduce a acompañar y ayudar, si no que además deben bailar acompasadamente. Es una delicia ver 7 pequeños danzando alrededor del altar acompañando al Padre que preside la ceremonia. Mientras, puedes ver a una madre dando de mamar a su pequeño. O a un padre que reza profundamente, absorto... quizás pida por su hijo.

La música de los entierros pone la piel de gallina... cantan para que el hermano que se ha marchado sea bienvenido en el cielo. Escuchar las voces roncas y bajas de los hombres, acompañando las agudas de las mujeres, aunque sean aficionados, es una auténtica experiencia para los sentidos. Y es que la vida sin música en Congo no es posible. Allá donde hay gente trabajando encontraremos un pequeño transistor con un cable por antena que sintoniza ritmos verdaderamente asombrosos. Las niñas y mujeres portan el agua en la cabeza, y algunas veces, puedes oír el sonido de la música que les acompaña gracias a los móviles que llevan. Música. Hoy me decía un alemán, que qué van a hacer sin luz... cantar para pasar el tiempo.

Otras muchas cosas hacen. Charlan, reciclan y arreglan todo lo que otros tiran (quizás debiéramos o estamos aprendiendo a la fuerza el arte de reparar lo que ya no sirve), inventan cosas como juguetes... Un vida rica, en la que la escasez de recursos, pone a prueba el ingenio.

Mientras, Hugo nos sigue contando historias apasionantes, curiosas, y las más de las veces, increíbles de Congo y Camerún. Como es domingo no hay mucho movimiento en el hospital, sólo aquellos que ya habían comenzado el tratamiento antipalúdico y deben continuarlo, o aquellos que llegan un poco más graves. Tranquilidad que te permite charlar con los pacientes ingresados en el pabellón de la tuberculosis y VIH. No sé si hablé de ellos, pero son de los pocos adultos, junto con la cardiología, que encontramos en la pediatría. El trabajo, la donaciones y el dinero que llega de Italia permiten que estos pacientes reciban los tratamientos antirretroviales. Y que las tuberculosis agudas sean tratadas. Gente que tiene poco para pagar la sanidad, y a los que además de tratamiento de cuando en vez les damos compañía, provocamos una risas y con todo ello les damos algo tan sencillo como cariño, y a veces unas pastillas de jabón para que se aseen. Muchas veces, muchas, en Kimbondo lo único que tienes que hacer es dar tu cariño. Hacen falta médicos y enfermeros, pero también gente con besos que repartir para todos aquellos que están viviendo la infancia en un orfanato y hospital. Igual que hacen los payasos en los hospitales de nuestro país. Repartir sonrisas y besos. No tienes que hacer otra cosa que dar cariño y amor a grandes y pequeños. Incluso a esos que te parecen que son grandes (12-14 años), pero que cuando los miras y les abres tu corazón te das cuenta de que no son más que niños que demandan tan solo un abrazo. Un poco de caso. Cariño y amor. Es, sin duda, el trabajo más bonito del mundo.
(Cathy disfrutando del sol)



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