Lo bueno de estar en África es que
todo sorprende, desde que aterrizas y un mes después. Dice el Padre
que 30 años después él no deja de asombrarse con algunas cosas (oh
mamá nangai!!). Lo único es que ya empiezas a estar
preparado para cuando se te va la luz mientras te duchas. Aún así,
olvidas apagar los interruptores y a media noche, cuando la señal
vuelve, te despiertas extrañado pensando que alguien ha entrado en
la habitación.
Escuchar a gente con experiencia es
extraordinario. Hay algunos que han compartido su vida con los más
necesitados del continente negro y pueden explicarte (y corroborar)
aquello que has leído en algún buen libro (recomendación: África en el horizonte. Introducción a la realidad socioeconómica del África Subsahariana. Ed. Libros de la catarata, 2006). Hace unos días
hablábamos de la llegada del blanco y de sus formas de vida a esta
tierra. Hoy el Padre nos explicaba como la tierra y la familia de la
tribu eran lo importante. La propiedad pertenecía al grupo, y era el
jefe quien te donaba una parte para que la trabajaras. Y la
cultivabas para el sostenimiento de todos. Unos se dedicaban a un
cultivo, otros a la ganadería... y gracias a la red solidaria todos
tenían lo suficiente para vivir (que no sobrevivir). Existía
variedad de cultivos, se acomodaban a la llegada de nuevos productos
y los utilizaban... Con la llegada del interés occidental,
preocupado en mantener la economía propia, comenzaron las
producciones intensivas. Expropiaron tierras (arrancándoles parte de
la esencia de unidad, porque durante años habían habitado y cuidado
esas tierras, incluso estaban enterrados sus ancestros), se redujo la
variedad de la producción agrícola a cambio de un mísero salario
(que permite que nuestras exportaciones sean rentables) condenando a
la población a la pobreza y a la supervivencia. Este cambio se
produjo a nivel económico, pero también social. No digo que los
matrimonios de conveniencia fueran buenos, pero permitía la
continuidad del grupo. Era una familia la que se casa con otra, por
eso decidían los mayores. Hoy emigran a las ciudades buscando un
vergel que está agotado, o que es sólo para unos pocos, y los
núcleos familiares se rompen, alejándose de lo que siempre han
sido. Sembramos un caos curioso. Aún así, se siguen adaptando, y
existe un mercado muy distinto al nuestro (y a la vez adaptado las
leyes comerciales internacionales) y una red de solidaria que
permiten la vida diaria. No olvidemos que se trata de una parte del
mundo con una riqueza cultural, social y económica que tienes miles
de años. Aunque nosotros sólo conozcamos someramente las costumbres
egipcias en derredor del Nilo.
Soni ha comenzado un nuevo tratamiento
para la infección de la cadera, y se ha puesto en marcha la
maquinaria para llevarle hacia la cirugía definitiva; que será lo
que le ayude a volver a su vida normal. Seguimos trabajando codo con
codo con los profesionales del hospital para mejorar la atención al
paciente. Y es curioso, porque la llegada de ciertos voluntarios,
sabia fresca, te ayuda a cargar pilas. No lo habría imaginado. Digo
que seguimos apoyando la formación de todo el personal, y esperamos
que ello permita mejorar el número de decesos de la Fundación. Para
la malaria, de toda la vida, aquí han bebido el extracto de una
planta de la que desconozco el nombre. Hoy tenemos quinina.
Quizás
deberíamos conseguir mezclar ambas costumbres, la tradición y la tecnología. Como cuando compras
una tierra y el estado congolés te da los papeles del catastro. Si no
consigues que el jefe cotumier (el jefe de la aldea) te dé su
permiso y acepte que trabajes la tierra... aquí no podrás hacer
nada. Una mezcla, una adaptación que debes conocer y respetar si
quieres vivir aquí. ¿Se imaginan a todo un pueblo preocupado por el
sostenimiento y buen futuro de la tierra, de su tierra, pero que es
de todos?
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