sábado, 13 de julio de 2013

Tierra y solidaridad


Lo bueno de estar en África es que todo sorprende, desde que aterrizas y un mes después. Dice el Padre que 30 años después él no deja de asombrarse con algunas cosas (oh mamá nangai!!). Lo único es que ya empiezas a estar preparado para cuando se te va la luz mientras te duchas. Aún así, olvidas apagar los interruptores y a media noche, cuando la señal vuelve, te despiertas extrañado pensando que alguien ha entrado en la habitación.
Escuchar a gente con experiencia es extraordinario. Hay algunos que han compartido su vida con los más necesitados del continente negro y pueden explicarte (y corroborar) aquello que has leído en algún buen libro (recomendación: África en el horizonte. Introducción a la realidad socioeconómica del África Subsahariana. Ed. Libros de la catarata, 2006). Hace unos días hablábamos de la llegada del blanco y de sus formas de vida a esta tierra. Hoy el Padre nos explicaba como la tierra y la familia de la tribu eran lo importante. La propiedad pertenecía al grupo, y era el jefe quien te donaba una parte para que la trabajaras. Y la cultivabas para el sostenimiento de todos. Unos se dedicaban a un cultivo, otros a la ganadería... y gracias a la red solidaria todos tenían lo suficiente para vivir (que no sobrevivir). Existía variedad de cultivos, se acomodaban a la llegada de nuevos productos y los utilizaban... Con la llegada del interés occidental, preocupado en mantener la economía propia, comenzaron las producciones intensivas. Expropiaron tierras (arrancándoles parte de la esencia de unidad, porque durante años habían habitado y cuidado esas tierras, incluso estaban enterrados sus ancestros), se redujo la variedad de la producción agrícola a cambio de un mísero salario (que permite que nuestras exportaciones sean rentables) condenando a la población a la pobreza y a la supervivencia. Este cambio se produjo a nivel económico, pero también social. No digo que los matrimonios de conveniencia fueran buenos, pero permitía la continuidad del grupo. Era una familia la que se casa con otra, por eso decidían los mayores. Hoy emigran a las ciudades buscando un vergel que está agotado, o que es sólo para unos pocos, y los núcleos familiares se rompen, alejándose de lo que siempre han sido. Sembramos un caos curioso. Aún así, se siguen adaptando, y existe un mercado muy distinto al nuestro (y a la vez adaptado las leyes comerciales internacionales) y una red de solidaria que permiten la vida diaria. No olvidemos que se trata de una parte del mundo con una riqueza cultural, social y económica que tienes miles de años. Aunque nosotros sólo conozcamos someramente las costumbres egipcias en derredor del Nilo.
(Trabajando sin luz...)

Soni ha comenzado un nuevo tratamiento para la infección de la cadera, y se ha puesto en marcha la maquinaria para llevarle hacia la cirugía definitiva; que será lo que le ayude a volver a su vida normal. Seguimos trabajando codo con codo con los profesionales del hospital para mejorar la atención al paciente. Y es curioso, porque la llegada de ciertos voluntarios, sabia fresca, te ayuda a cargar pilas. No lo habría imaginado. Digo que seguimos apoyando la formación de todo el personal, y esperamos que ello permita mejorar el número de decesos de la Fundación. Para la malaria, de toda la vida, aquí han bebido el extracto de una planta de la que desconozco el nombre. Hoy tenemos quinina. 
(Esperando para cantar a los recién llegados) 

Quizás deberíamos conseguir mezclar ambas costumbres, la tradición y la tecnología. Como cuando compras una tierra y el estado congolés te da los papeles del catastro. Si no consigues que el jefe cotumier (el jefe de la aldea) te dé su permiso y acepte que trabajes la tierra... aquí no podrás hacer nada. Una mezcla, una adaptación que debes conocer y respetar si quieres vivir aquí. ¿Se imaginan a todo un pueblo preocupado por el sostenimiento y buen futuro de la tierra, de su tierra, pero que es de todos?
(Llegada de una donación)

(Cerveza a la luz de la linterna)

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